¿En qué se parecen un marchista y un bailarín
de folclore?
En nada, salvo que ambos toman calles y
avenidas para protestar o bailar y así librarse de ir a trabajar.
No es muy aventurado
afirmar que Bolivia es el ‘país de las maravillas’, donde todo puede suceder, un
territorio en el cual se marcha o festeja cerrando calles por cualquier motivo,
ya sea en contra del Gobierno, a favor suyo, contra el municipio, contra alguna
ley y demás excusas variopintas, pero extrañamente
nunca he visto o me he enterado que se haya marchado como protesta ante el
exceso de las fiestas o entradas folclóricas que abusivamente bloquean calles y avenidas,
en perjuicio del resto de la sociedad. He aquí una explicación académica a una
de las aficiones más arraigadas de los bolivianos:
El dicho popular de que “en Bolivia hay fiesta todos los días” no es ajeno a la realidad. De hecho, en el
país se celebran al menos 1.242 fiestas patronales cada año, a un promedio de
tres por día. Este hallazgo del Ministerio de Culturas revela además que los
fieles más devotos son los habitantes del departamento de La Paz, donde se
realizan 549 festejos (44% del total) en honor a santos y a las advocaciones de
María, la Virgen.
El investigador Wálter Sánchez
coincide en que “sólo en La Paz hay más de 400 fiestas” y “si se toman en
conjunto todas las celebraciones del país y se saca una media, con seguridad
que hay más de dos fiestas por día”.
El antropólogo Milton Eizaguirre cree muy difícil determinar cuántas fiestas hay en el país en realidad, pero reafirma la tesis de que “es muy posible que haya un promedio de más de dos celebraciones de este tipo por día”.
El antropólogo Milton Eizaguirre cree muy difícil determinar cuántas fiestas hay en el país en realidad, pero reafirma la tesis de que “es muy posible que haya un promedio de más de dos celebraciones de este tipo por día”.
Fuente:
www.entradasfolkloricas.com
La excusa del folclore
Mientras una parte de la población busca denodadamente el
sustento diario a costa de mucho trabajo, la otra parte, sabotea
permanentemente ese afán de superación y progreso, volcándose en actividades
reñidas con la laboriosidad como son la convocatoria a paros y huelgas o en su defecto
participando de fiestas masivas de toda índole.
Nunca he entendido el
por qué de tanto arraigo a las celebraciones folclóricas. Se ha oído hasta el
cansancio esa frase estereotipada, ‘Bailo
por fe y devoción a la Mamita’ (la Virgen), como sustento para justificar
el tremendo esfuerzo físico de los bailarines y cómo no, el dispendioso gasto
económico que ello supone. Entonces cabe
preguntarse: ¿por qué no invierten -los bailarines- ese dinero derrochado en
trajes folclóricos y llevan a cenar a su ‘verdadera Mamita’ que de
seguro lo merece más?
En la sociedad
boliviana, pídase una pequeña contribución para arreglar una calle, un parque,
una cancha de barrio y naturalmente, todos arguyen que no tienen dinero, pero inexplicablemente sí lo hay para inscribirse
en la fraternidad, para la camiseta de
grupo, el alquiler del traje, contratación de la banda de música, los
refrigerios, etc. Ojalá invirtiéramos la
misma devoción en el trabajo cotidiano, y Bolivia quizás no sería el país más
atrasado de estas latitudes.
Seguramente no
faltará alguno que me acuse de antipatriota, de alienado, neoliberal,
neocolonialista y otros adjetivos que están de moda en nuestro estado
plurinacional, sin embargo, debo aclarar que ‘no es lo mismo folcloristas que
artistas del folclore’, que se merecen mi mayor respeto.
Para enfermarnos de folcloritis,
el majestuoso Carnaval de Oruro nos basta y sobra y no sus copias chabacanas en
todos los pueblos y barrios citadinos de Bolivia.
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